jueves, 13 de junio de 2019

MOTIVOS PARA DELINQUIR

Motivos para Delinquir

       “Toma mis manos, niña mía, usa mi mente, dame tu llanto, Amor mío”. Aquellas eran las palabras, nacidas de los más profundo de su ser que él le susurraba al oido, una y otra vez, mientras la acunaba suavemente en sus brazos, como a un perrillo aterido de frio. ¿Pero, qué le habría ocurrido, para actuar de aquella forma tan despavorida?, ¿qué motivos tenía aquella muchacha para haberse puesto así, por una nimiedad tan grande?.   

      Mientras él se miraba semidesnudo, en el enorme espejo de la sala, de arriba a bajo, por delante, por detrás, ella llegó corriendo, dando gritos terroríficos en el silencio de la noche: “Que se calle ese hombre, que se calle, quiero que se muera que se muera de una vez…”.   

        La abrazó rápidamente, trató de calmarla, de tranquilizarla a toda costa. Se dio cuenta que Antoinette había tenido un ataque de pánico, que una pesadilla dolorosa la había despertado bruscamente y que sólo él podía calmarla. La abrazó fuertemente contra a su pecho velludo, la mejilla sonrosada junto a su boca, el aliento caliente, el sudor de la niña, su frente de estrellas.    


          Poco a poco empezó a volver en sí : “¿Porqué me has dejado sola?, creí que te habías ido” le decía mientras se dirigían muy despacio, abrazados, nuevamente al dormitorio. Al escuchar aquellas palabras, ya más calmadas, se detuvo y con sus manos fuertes de hombre maduró, alzó su cabecita para poder contemplarla: “no sabes cuanto te quiero” y permaneció largo rato mirándola fijamente a sus ojos lloroso, como queriéndole transmitir telepáticamente todo el Amor que sentía por ella. Pero cómo iba a decírselo así; a una mocosa tan guapa que en todas las redes sociales del momento, se prodigaba semidesnuda, agarrada a niñatos musculosos y recién caídos del Olimpo de los dioses griegos. Él, un cincuentón orondo, que había olvidado ya en varias ocasiones lo que era la vida y sus placeres, cómo iba a decirle a ella que era la única razón de su existencia que había vuelto a la vida por ella; al igual que el infértil poeta retoma su escritos y los complementa con su amada. Cómo iba a comprenderlo, tan neófita en estos temas, y a recoger el guante que él le ofrecía, si seguramente le mantenía oculto entre todas sus amistades  y sólo aparecía por su dormitorio, cuando buscaba al padre o la madre que no tuvo.

lunes, 1 de mayo de 2017

TIERRA DE CONQUISTADORES

    
     En el parque que hay frente a la Residencia María Auxiliadora de Madrid hay un banco de madera, desde el que se puede ver perfectamente la habitación de Patricio. Hoy he vuelto a verla sentada en aquel banco, ocultando su mirada tras sus gafas oscuras y silenciando el sentimiento de su pecho palpitante.

     Patricio era de Medellín, llevaba en su sangre la más pura genética de Hernán Cortés y cada mañana recorría el pasillo de la tercera planta, buscando a una auxiliar para que le frotara la espalda y le recortara perfectamente su barba blanca. Después se iba a su habitación y permanecía largo rato mirando por la ventana que da directamente al parque, con la mirada fija en aquel banco de madera.

     En las horas de visita, ella siempre esperaba a que los hijos de Patricio se fueran para entrar a la residencia. Sin mediar palabra con nadie, se sentaba junto a él y apuraban suavemente el resto de la tarde, hablando de nimiedades y rozándose las manos.

     Al igual que en el mundo se zahiere a Cortés, nosotros en la residencia murmurábamos de aquella relación de Patricio y esa mujer de gafas oscuras, a la que él triplicaba la edad y de la que sus hijos nos querían ni oír ni hablar.  

     Ya hace mucho tiempo que Patricio nos dejó a la respetable edad de 102 años, yo ya lo tenía olvidado en mis recuerdos, pero esta mañana todo se revivió en mi mente, cuando la vi sentada, bebiéndose las lágrimas, en el mismo banco donde él la miraba.


sábado, 17 de septiembre de 2016

GRAN JEFE SEATTLE


     En 1854 el decimocuarto Presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, recibió esta carta del Gran Jefe Seattle. Yo en mi juventud la tuve mecanografiada, varios años, en unos folios desgastados que atesoraba en mi carpeta de apuntes. Mi conciencia ecologista se estaba forjando con aquellas palabras de aquel Sabio Salvaje. Hoy en día, encuentro en YouTube esta misma carta, leída por el desaparecido Constantino Romero y me doy cuenta que sus palabras conservan toda su vigencia y no sólo eso, también me doy cuenta que están escritas por un autentico ARTISTA que conoce perfectamente el medio en el que se desenvuelve, que lo ama profundamente y que sería capaz de dar su vida por él. 
     Lástima que los artista de hoy no tengan esa misma fuerza de conocimiento del medio en el que se desenvuelven o  tal vez del medio en el que están perdidos creando su arte, me da pena tanta bazofia taquillera, tanta verborrea de novelas para enfermos que se venden a golpe de semen podrido, tanto verso de poeticastros ensalzado en las redes de miserias, tanta inmundicia aclamada por borregos sarnosos. 

     Que nadie pinte un cuadro si no es capaz de cortarse una oreja, que nadie escriba una novela si no es capaz de hacer lo que hacen sus personajes y que nadie componga un verso si no es capaz de morir en él. 

      Ya va siendo hora que los Estados Unidos ensalcen a este Hombre y al menos le hagan una película que por lo menos eso, si que saben hacerlo bien.   





domingo, 13 de marzo de 2016

AGUAS BRAVAS



     Irremediablemente, todo río de aguas bravas acaba remansándose en el mar. La primera vez que lo vi, no hace mucho tiempo, sentado en recepción, parecía un inspector de hacienda o un visitador médico de esos que van empaquetados en trajes de alpaca y zapatos italianos. Le extendí la mano para saludarlo y el solo hizo un amago con la suya, apartando la mirada hacia la puerta por donde entraba su esposa con las maletas.

      Aquella actitud despectiva, fue siempre la tónica de Pelayo, porque así se llamaba. Aún no tenía la edad de jubilación y ya se encontraba dando sus datos frente al mostrador de una residencia geriátrica. No era capaz ni de pronunciar su nombre completo sin pedir ayuda a su mujer para completarlo. Cuando terminaron con los trámites del ingreso, a él se lo llevaron a su habitación y ella se sentó en un banco del jardín completamente derrumbada. Esta absurda manía que tengo, de ponerme en la piel de los demás y novelar cosas irreales, me llevó, muy condescendiente, a consolarla. Nuestra conversación no duró más de quince segundos, pues ella la terminó diciéndome que era la decisión más acertada que jamás había tomado.


     A la Mañana siguiente, cuando estaba haciendo la ronda, entré en su habitación y la auxiliar estaba lavándolo, semidesnudo, encima de la cama. Allí olía a rosas, ella le pasaba la esponja jabonosa suavemente por su cuerpo, todavía esbelto y cubierto de bello negro y ondulado como las aguas del Sella. Él me miró fijamente a los ojos y clavándome la mirada, me hizo sentir, por un momento que era yo el único que sobraba en aquel cuarto. No entré muy bien a mi despacho, cuando aquella auxiliar llegó corriendo con la cara ensangrentada y entre llantos me contó lo que Pelayo le había hecho, unos segundos después de irme yo. Fue entonces cuando comprendí la escueta conversación del día anterior con su señora y su decisión tan acertada.


     Estuvo muy poco tiempo con nosotros, su enfermedad era grave y fulminante, todos, como si fuera un rio de agua bravas, tuvimos que acostumbrarnos rápidamente a su excelsa belleza y a sus crueles envestidas. Hoy, sin novelar nada de lo que digo, puedo asegurar que hubo más de una persona que se alegraron de aquel descenso tan violento y de cómo una vida, todavía corta, se remansara tan rápidamente en el mar.

lunes, 19 de enero de 2015

EL ALMA DE LOS PROSCRITOS

      Tal vez, en esta mañana fría de enero, ella no haya muerto todavía. Tal vez en algún lugar lejano, entre el silencio y el olvido, se encuentre sentada en un sillón, frente a la ventana, con su tez blanca y su cabellera despeinada. Tal vez con el cloruro mórfico y la impotencia, haya encontrado fuerzas para salir huyendo de su cuerpo inservible que ya no la cobijaba. Tal vez esta paloma blanca sea su alma que se escapa de mis manos y vuela deprisa para ponerse a salvo de la nevada.

        La vida no es más que una palabra de cuatro letras que se escapa con tan sólo pronunciarla, hay que verla partir de los ojos de un amigo para saber cuánto vale. No estoy orgulloso de lo que tengo ni de lo que hago, sólo intento aprender a vivir de lo que veo, de lo que siento, de lo que amo. Tal vez para mi sea más dura que para otros y en muchas ocasiones mis recuerdos son el único sustento que pospone mi partida.


     Tal vez ya nunca la recuerde con la cabeza perdida, dando tumbos en la noche por los pasillos, tal vez ya nunca la recuerde postrada en su lecho, apurando el último aliento, tal vez esta paloma blanca, como el alma de un proscrito, se adueñe de mi mente y embellezca mis recuerdos para siempre, como aquel día que la conocí en su habitación y me contaba las peripecias de París, cuando era una niña de la guerra.

domingo, 14 de diciembre de 2014

DOS RELATOS PALESTINOS

SHALOM  05/08/2014

     Amaneció más tarde que de costumbre, el sol cubierto por un humo sulfúreo abrasaba con sus rayos todo lo que tocaba. David estaba desnudo, había pasado la noche en vela, sentado en una piedra, meditando sobre el valor que tiene la tierra si ya no quedan hombres para habitarla. Pertenecía a un pueblo al que su dios había castigado y perdonado cientos de veces por sus acciones pecaminosas y su estirpe estaba regada por la miseria divina, amén de las más crueles opulencias.

      Quitó el polvo de sus tirabuzones negros y quiso ponerse a caminar por la tierra prometida que le pertenecía, pero no pudo, sus pies se enganchaban en cientos de cadáveres de niños inocentes, más allá había mujeres disecadas con la boca abierta por los gritos y los ojos vacíos de tanto llorar. Oteó en el horizonte para encontrar alguien como él , pero nada se movía más que el humo sulfúreo de sol, marchitando los cadáveres. No quiso pensar en los hechos cometidos para conseguir el fin, solamente buscó un pedacito de tierra no muy manchado de sangre y allí se durmió, dejando que el sol terminara su trabajo.

                     UN PERRO PALESTINO  09/08/2014


Unos de los momentos más crueles de mi niñez fue haber presenciado impertérrito un episodio de violencia colectiva contra un perro cimarrón. Con nueve años tuve que ver como un formidable animal era apaleado hasta la extenuación por un grupo de jóvenes exaltados y algún que otro hombre mayor que coreaba el brutal espectáculo. 
Los perros, en los pueblos, se abandonaban con mayor facilidad que ahora y los más fuertes que conseguían sobrevivir, sin hogar y sin comida, se reunían en manadas a las afueras y en la noche hacía incursiones por las calles para comerse las bolsas de basuras que los vecinos dejaban sin protección para que los basureros las recogieran. Destrozar alguna de aquellas bolsas o incluso comerse alguna gallina de los pajares era delito suficiente para justificar escenas tan atroces como la que yo contemplé, aquella tarde de los años sesenta. 
Recuerdo que era un perro grande y musculoso de color parduzco que en las calurosas siestas del verano de Almendralejo recorría las calles en buscas de niños solitarios para compartir con ellos sus meriendas. Era muy goloso, le gustaba mucho el pan con chocolate, pero lo que más le gustaba era la mortadela con aceitunas. Tenía una enorme cola blanca, enrollada sobre si misma, la cual yo estiraba hasta el máximo y disfrutaba viendo como volvía por si sola a su postura inicial.
Un poco más bajo de dónde yo acostumbraba a compartir mi merienda, se abrió una puerta con un gran estruendo y apareció junto a nosotros un chico joven que le propinó una tremenda patada en la barriga, mientras gritaba como loco “el cimarrón, el cimarrón”. No tardaron en aparecer muchos más jóvenes con palos muy largos y sin dudarlo un momento le sacudía por donde le pillaban a aquel pobre perro palestino.  


Recuerdo que no se acobardó en ningún momento, que enseñaba sus dientes a todo aquel que le pegaba un palo y que en ningún momento quiso separarse de mí. Hoy en día, sin traumas por recordarlo, comprendo perfectamente porqué no quiso salir huyendo para salvar la vida, porqué rompió mil veces “el alto al fuego” a pesar de estar muriendo y también comprendo porqué un pueblo entero, tras ser incriminado falsamente y desahuciado de sus hogares, decide seguir luchando hasta la muerte. 





domingo, 26 de octubre de 2014

UN CUADERNO EN LOS CAJONES.

     Tengo yo un cuaderno que ha pasado varias veces la censura impuesta de mis "crisis creativas". Tal vez en ésta por la que paso también se salve aunque cada vez van quedando menos motivos para hacerlo.

     Andaba yo por aquellos años de la mano de mi querido profesor y confesor José Paulino Ayuso que me invitó a hacer un congreso de Miguel Hernández que se celebraba en el Paraninfo de la Facultad de Letras de la UCM. Fue un momento de los más bonitos de mi vida, pues a pesar de que no paraba de hablar con los poetas muertos, jamás me sentí tan solo como ahora.


     Al igual que hacía el gran poeta de la Guerra y queriendo imitarle, me aventuré con dibujos zafios y hasta con versos medidos. En muy contadas ocasiones este cuaderno ha visto la luz porque sólo puedo enseñar un par de poemas que no me delaten en lo más profundo de mi ser. Fue un autentico ejercicio de catarsis interna y de sinceridad conmigo mismo y puede ser que algún día hasta me decida a continuar con sus página en blanco. 

     Hoy en día, no hay nada que me seduzca fieramente, no hay nada por lo que valga la pena seguir escribiendo, nada de mí  merece ser contado, los recuerdos forman parte de la frágil arquitectura de mi ser y cuando afloran, hacen temblar el edificio de mi cuerpo que espera inútilmente a que el Amor le pinte de colores las paredes.