Motivos para Delinquir
“Toma mis manos, niña mía, usa mi mente, dame tu llanto, Amor mío”. Aquellas eran las palabras, nacidas de los más profundo de su ser que él le susurraba al oido, una y otra vez, mientras la acunaba suavemente en sus brazos, como a un perrillo aterido de frio. ¿Pero, qué le habría ocurrido, para actuar de aquella forma tan despavorida?, ¿qué motivos tenía aquella muchacha para haberse puesto así, por una nimiedad tan grande?.
Mientras él se miraba semidesnudo, en el enorme espejo de la sala, de arriba a bajo, por delante, por detrás, ella llegó corriendo, dando gritos terroríficos en el silencio de la noche: “Que se calle ese hombre, que se calle, quiero que se muera que se muera de una vez…”.
La abrazó rápidamente, trató de calmarla, de tranquilizarla a toda costa. Se dio cuenta que Antoinette había tenido un ataque de pánico, que una pesadilla dolorosa la había despertado bruscamente y que sólo él podía calmarla. La abrazó fuertemente contra a su pecho velludo, la mejilla sonrosada junto a su boca, el aliento caliente, el sudor de la niña, su frente de estrellas.
Poco a poco empezó a volver en sí : “¿Porqué me has dejado sola?, creí que te habías ido” le decía mientras se dirigían muy despacio, abrazados, nuevamente al dormitorio. Al escuchar aquellas palabras, ya más calmadas, se detuvo y con sus manos fuertes de hombre maduró, alzó su cabecita para poder contemplarla: “no sabes cuanto te quiero” y permaneció largo rato mirándola fijamente a sus ojos lloroso, como queriéndole transmitir telepáticamente todo el Amor que sentía por ella. Pero cómo iba a decírselo así; a una mocosa tan guapa que en todas las redes sociales del momento, se prodigaba semidesnuda, agarrada a niñatos musculosos y recién caídos del Olimpo de los dioses griegos. Él, un cincuentón orondo, que había olvidado ya en varias ocasiones lo que era la vida y sus placeres, cómo iba a decirle a ella que era la única razón de su existencia que había vuelto a la vida por ella; al igual que el infértil poeta retoma su escritos y los complementa con su amada. Cómo iba a comprenderlo, tan neófita en estos temas, y a recoger el guante que él le ofrecía, si seguramente le mantenía oculto entre todas sus amistades y sólo aparecía por su dormitorio, cuando buscaba al padre o la madre que no tuvo.