En el parque que hay
frente a la Residencia María Auxiliadora de Madrid hay un banco de madera,
desde el que se puede ver perfectamente la habitación de Patricio. Hoy he
vuelto a verla sentada en aquel banco, ocultando su mirada tras sus gafas oscuras
y silenciando el sentimiento de su pecho palpitante.
Patricio era de
Medellín, llevaba en su sangre la más pura genética de Hernán Cortés y cada
mañana recorría el pasillo de la tercera planta, buscando a una auxiliar para que
le frotara la espalda y le recortara perfectamente su barba blanca. Después se
iba a su habitación y permanecía largo rato mirando por la ventana que da directamente
al parque, con la mirada fija en aquel banco de madera.
En las horas de visita,
ella siempre esperaba a que los hijos de Patricio se fueran para entrar a la
residencia. Sin mediar palabra con nadie, se sentaba junto a él y apuraban
suavemente el resto de la tarde, hablando de nimiedades y rozándose las manos.
Al igual que en el
mundo se zahiere a Cortés, nosotros en la residencia murmurábamos de aquella relación
de Patricio y esa mujer de gafas oscuras, a la que él triplicaba la edad y de la
que sus hijos nos querían ni oír ni hablar.
Ya hace mucho tiempo
que Patricio nos dejó a la respetable edad de 102 años, yo ya lo tenía olvidado
en mis recuerdos, pero esta mañana todo se revivió en mi mente, cuando la vi
sentada, bebiéndose las lágrimas, en el mismo banco donde él la miraba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario