domingo, 2 de diciembre de 2012

LA CUARTA DIMENSIÓN


          Últimamente cuando me asomo a contemplar una obra Arte e intento rebuscar en la mente del artista que la realizó, suelo encontrarme con que muchos de ellos quieren, sueñan, intentan desaparecer del mundo real.  Yo, no sé si alguna vez habré hecho arte, lo cierto es que esa sensación extraña de desvanecimiento, de abandono, de huida de la realidad ha sido una nota dominante en la forja de mi personalidad actual.
          Ese estado de sublimación que yo vengo a llamar ahora en este artículo cómo “la cuarta dimensión” , a veces me ha obsesionado mucho más que el fruto artístico que hubiera podido nacer de ese estado catártico o abstractivo en el que me he encontrado sumergido.
          No es fácil de definir lo que me pasa en ese momento mágico, ni siquiera me doy cuenta cuando llego a El, el tiempo que permanezco sumergido dentro de esas aguas y el susto que me llevo cuando despierto al mundo real.   Lo que me pasa a mí, en la actualidad, estoy seguro que se trata con pastillas, pues no llego a ello por una situación de atontamiento o de despiste, sino que todo lo contrario; pues sucede siempre tras un estado convulsivo de lecturas, contemplación de imágenes que considero maravillosas y sonidos encantadores que llegan a mi mente desde cualquier foco emisor.  De esta forma puede parecerme bello el sonido de una cañería en medio del silencio de la noches, mientras escribo un poema o el hallazgo de un bello púbico en medio de la blancura impoluta de mis sábanas.
          Cuando me identifico mucho con una obra de arte, -lo que no quiere decir que sea buena, pues soy firme candidato a un síndrome de Stendhal consumado- suelo alabarla en exceso y si es posible y conozco al artista, intento de felicitarle y vitorearle hasta un extremo que puede parecerle falso y socarrón. Nada más lejos de mi realidad, es cierto lo que digo y lo que alabo porque realmente lo siento.
          Esta identificación de la que hablo, está basada en esos encuentros enfermizos que yo he dado en llamar de la 4ª dimensión y que para mí queda suficientemente explicada, cuando puedo sentir de una manera casi real, la misma tristeza que experimenta el músico cuando compone un adagio, la soledad que experimenta el poeta, sentado en una cafetería cuando compone un poema de tedio o desamor y el sufrimiento del pintor que pinta la yaga de un cristo crucificado.  Así pues el video-poema que ahora os presento en esta entrada de mi blog, camina por estos derroteros que os explico. No intento compararme a nadie, ni siquiera aspirar a la suela de sus sandalias, solamente estoy intentando intimar con Teresa de Cepeda y Ahumada y en los arrobos que ellas sufría cuando intentaba conectar con los autores de sus libros  o incluso con el mismo Dios de su locura.


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