EL PAPEL DEL CARAMELO
El señorito se comía los caramelos por el
atrio del cortijo y Mariquita esperaba a que tirara los papeles para descubrir en
ellos, el universo de los cielos. Ella los alisaba con cuidado, los olía, los
guardaba en su faldiquera y soñaba con ser una niña como la demás.
-¿Qué
letra es ésta señora?-, -La “T”
Mariquita-,
-¿Y
ésta?- , -la “R”-
-Ésta
me la sé señora, es la del puntito, la
“I”-,
-Así
es Mariquita y todo junto hace “TRI”.
Cuando iba a comprar provisiones con su padre a Almendralejo, desde el carro, veía a las otras niñas que entraban en la
escuela con la cartera. Seguro que sabrían leer de corrido y hasta escribirían
su nombre completo. Tras comprar todo lo necesario, iban a la fábrica de
Toribio Fernández a por un cartucho de los caramelos más gordos y brillantes.
De vuelta a la finca no paraba de hablar, mientras chupaba uno de aquellos
deliciosos caramelos, como si fuera un enorme flemón en su carrillo.
- Papá la “U” con la “N” hace UN-, -si, Mariquita si- - ¿Papá y haré la comunión de blanco?
- - Nosotros no sabemos rezar, hija-
Pasaron un par de años de aquella charla y
Mariquita aprendió por sí sola a leer y a rezar en aquellos papeles de
caramelos. Una mañana como tantas otras,
cuando iban al pueblo a comprar, se bajo del carro y tras atusarse un poco sus
rizos rubios, fue a tomar comunión a la misa de doce de la Parroquia. De vuelta
para el cortijo, leyó a su padre de corrido uno de aquellos papeles de
caramelos del TRIUNFO y le dijo, muy
sería, que ya no le gustaban.
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