TAMBORES DE CRUCIFIXIÓN
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Tambores de crucifixión. |
Ton, ton, torrotón… De repente los
tambores de la Semana Santa lo despertaron, no sabía el tiempo que había estado
durmiendo, tal vez una eternidad. La ventana estaba abierta y los visillos,
mecidos por la brisa, dejaban entrever la primavera. Desde su cama podía ver el jardín aledaño;
los parterres estaban llenos de capullos y el enorme plátano del centro, en un
alarde de esperanzan, rasgaba su piel leñosa dando paso a los primeros brotes
de la temporada.
También era Semana Santa cuando en su
infancia ganó el concurso de poesía de la escuela, el tema elegido: “la
primavera”. Todavía recuerda aquellos versos infantiles, llenos de flores y de
campos… Tón, tón, torrotón y lo subieron a recitar su poema encima del escenario. Por un momento fue grande y todos
los que antes le pegaban ahora le aplaudían. Cuando llegó a casa, los tambores
seguían sonando y corrió hacía su padre para contarle que había ganado un
concurso de poesía. Ahora no quiere recordar los adjetivos acabados en -ón que
tuvo que escuchar sin derrumbarse, ton, ton, torrotón… Tenía nueve años y
aquella primavera comprendió el mensaje de la crucifixión a un inocente.
Quiso seguir durmiendo sin importarle
los tambores que retumbaban en sus sienes, metió la cabeza bajo su edredón de
plumas y comprendió porqué odiaba tanto esta época del año.
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